¿Por qué reaccionamos de forma exagerada ante situaciones pequeñas?
¿Te ha pasado que una situación aparentemente insignificante te provoca una reacción desproporcionada? Tal vez un comentario casual te hiere profundamente o una pequeña contrariedad te hace perder el control.
Estas reacciones pueden parecer incomprensibles a simple vista, pero detrás de ellas hay heridas emocionales invisibles que influyen en nuestra respuesta.
Es posible que si estamos muy heridos/as internamente, incluso normalicemos el reaccionar exageradamente o hasta con agresividad. Y nos justifiquemos y queramos mirar al otro lado, con un simple “es que yo soy asi”.
Pero ¿te has detenido a pensar en lo cansado que te sientes luego? ¿el agotamiento que te produce afrontar las consecuencias de tu respuesta? ¿el machaque mental al que te sometes después por haber reaccionado así y tal vez haber herido a alguien que te importa, en el proceso?
Dolor Emocional – Que no esté a la vista, o que no sea reciente, no quiere decir que no exista
Nuestras emociones funcionan de manera similar a las heridas físicas. Si tenemos una herida abierta, o mucho peor si está infectada… No es necesario un golpe fuerte para sentir dolor; basta con un leve roce para que nos duela tanto que queramos (o lo hagamos) romper en llanto o sucumbir ante un ataque de ira desmesurada.
Lo mismo ocurre a nivel emocional: una situación menor puede activar una reacción intensa porque toca una herida no sanada.
Estas heridas emocionales suelen ser el resultado de experiencias pasadas que no hemos procesado completamente. Pueden ser pequeñas acumulaciones de estrés, inseguridades o traumas que hemos minimizado o ignorado.
Al no ser visibles, nos cuesta reconocer su impacto y, en cambio, nos enfocamos en juzgar nuestra reacción como exagerada o inapropiada. Y con estos juicios, nos herimos aún más, porque invalidamos y reprimimos nuestros sentimientos y emociones.
En el fondo, las emociones (esas que nos han causado las heridas, y esas que están ahora lastimándolas) son energía y la energía es invisible, como la electricidad… no la ves, pero enciende las bombillas igualmente ¿cierto?
Pues extrapolado a las personas, esas heridas no sanadas vienen a ser agentes que están sobrecargando nuestra red eléctrica y causando subidas y bajadas de tensión, apagones y quien sabe, incluso pueden causar un incendio.
Esa sobrecarga en el sistema, se traduce como reactividad y surge cuando nuestras heridas internas no han sido reconocidas ni sanadas. Estas respuestas exageradas no son reflejo de lo que está ocurriendo en el presente, sino de algo mucho más profundo que pide ser atendido. Por ejemplo, una crítica ligera puede desatar una fuerte reacción si toca una vieja herida relacionada con la autoestima o el miedo al rechazo.
Cuando no comprendemos nuestras heridas, sino que nos juzgamos por las respuestas que ocasionan en nosotros/as; Nos auto atacamos y de cierto modo nos maltratamos. Nos echamos en cara las consecuencias, nos avergüenza cómo hemos quedado ante otras personas, o nos sentimos culpables por el daño o dolor que hemos podido causar. Deslegitimamos nuestra herida, que se ha asomado a decirnos “me duele aquí” y les tiramos la puerta en la cara.
Es como si alguien te llegara con una herida infectada, llorando (o gruñendo) y en lugar de mirar bien la herida, para limpiarla y desinfectarla… le zumbaras una tirita encima y le dijeras que no es para tanto.
Porque mientras no reconocemos y “vemos” nuestras heridas, no es posible que sanen y con ello que cesen las reacciones desagradables, o desproporcionadas, para nosotros/as, nuestro entorno, o ambas cosas.
Cambiando el enfoque hacia la comprensión
Si lo pensamos objetivamente, tomando como referencia la herida infectada, queda clarísimo que tan pronto nos damos cuenta del origen del dolor, deberíamos atenderlo y tratarlo, ¿cierto?
Y si sabemos que cojeamos o evitamos algún movimiento producto de esa herida, no nos lo recriminamos, ¿verdad? Solo nos enfocamos en curarlo y darle tiempo a sanar. Entonces por qué habríamos de actuar diferente cuando esa herida es invisible y nos está lastimando desde dentro.
En lugar de juzgarnos por reaccionar de manera desmedida, es más útil preguntarnos: ¿Qué parte de mí está siendo tocada por esta situación? La clave está en transformar el juicio en curiosidad, reconociendo que cada reacción es una oportunidad para explorar nuestras heridas emocionales y comenzar a sanarlas.
Practica la autocompasión
La próxima vez que te encuentres reaccionando intensamente, detente y respira. Pregunta: ¿Qué me está mostrando esta reacción sobre mí mismo/a? En lugar de castigarte, intenta comprenderte. Este proceso no solo te ayudará a responder de manera más equilibrada, sino que también te permitirá ir sanando esas heridas invisibles poco a poco.
Esas explosiones, conflictos y reacciones que nos incomodan… Son en realidad momentos de aprendizaje, que si los vemos y los procesamos, nos permitirán crecer.
¿Recuerdas aquel cuento que nos contaban de pequeños, en el que un León rugía y peleaba, y luego se descubrió que era porque tenía clavada una astilla en la pata y lo que estaba era cansado y adolorido, hasta que un ratoncito atrevido vio más allá y lo ayudó a sacarse la astilla?
Pues eso… al león le teníamos luego compasión, ¿verdad? Pues nosotros/as también nos la merecemos. Nos merecemos poder mirarnos con calma y amabilidad, reconociendo que actuamos desde la herida siempre que abracemos la responsabilidad de atenderla, para poder sanarla.
Todo esto dicho, te invito a que, cuando te pasen este tipo de cosas; te observes, escuches tu diálogo interior y si es posible lo amabilices.
Y si en el camino te das cuenta, de que necesitas un ratoncito que te ayude a ver o quitarte la astilla de la pata, aquí me tienes. Puedes reservar una sesión de valoración para iniciar un proceso terapéutico conmigo aquí.